Expresó a Granma Graciela Ramírez Cruz, tras su regreso de visitar a Gerardo Hernández Nordelo en la prisión de Victorville, California
DEISY FRANCIS MEXIDOR
Francis_mexidor@granma.cip.cu
"¿De qué me dieron deseos?, pues de tomarlo de la mano y salir corriendo con él de ahí. No es un ser para estar en ese horrible lugar", comenta en diálogo con Granma Graciela Ramírez Cruz, coordinadora del Comité Internacional por la Libertad de los Cinco, aún con la emoción de las jornadas vividas durante la reciente visita a Gerardo Hernández Nordelo, uno de los Cinco antiterroristas cubanos, encarcelados en Estados Unidos desde el 12 de septiembre de 1998.
—¿Qué fue lo primero que le dijiste cuando lo tuviste frente a ti?
No pude decirle más que su nombre y darle el único abrazo que permiten cuando uno llega a la prisión.
—¿Cómo fue la reacción de él?
Mi visita no había podido concretarse en una ocasión anterior y constituía algo esperado. A la vez tuve una tristeza enorme porque sentí que en ese lugar debía estar Adriana, esposa de Gerardo, a quien perversamente le han negado la posibilidad de verlo durante ocho años. Tristeza, porque un hombre como él no merece estar encarcelado no ya nueve años sino ni un segundo.
Gerardo me abrazó como a la hermana que no ha visto en mucho tiempo y que sabría que en algún momento iría hasta él.
Lo tenía ante mí con su uniforme color caqui y toda su dignidad a cuestas, firme y grande como las palmas.
"¡Al fin llegaron!", dijo con esa gracia cubanísima que lo caracteriza y que jamás podrán arrancarle.
—¿Podrías describir el lugar donde está Gerardo?
En sentido general las cárceles norteamericanas se caracterizan por su frialdad, sus sofisticados sistemas de seguridad y el color gris que reina en todas partes, Victorville no escapa a eso.
Cerca de la prisión se observa un pequeño poblado rodeado de un cordón de seguridad. Las casas de madera sin habitante alguno están valladas.
Pregunto por qué no hay un alma. Me explican que hubo emanaciones de una sustancia tóxica y tuvieron que desalojar el pueblo. La sustancia es peligrosa, existe temor que se expanda si destruyen las viviendas. Las casas vacías realmente le dan una imagen fantasmal a ese entorno.
Para acceder a la penitenciaría hay que atravesar un camino polvoriento en medio de una especie de desierto, pero la prisión está rodeada de montañas.
Se aprecian varias torres gigantescas con miras telescópicas a una distancia prudencial, lo cual indica que la entrada es inminente. Ya allí uno se enfrenta a un complejo fortificado donde se encuentran las distintas unidades, una especie de masa compacta totalmente gris de cemento y acero rodeada de gruesos alambres. No hay ventanas, lo que da todavía más sensación de encierro.
—¿Le entregaste algo?, ¿te permitieron entrar lápiz, papel¼ ?
No. Las reglas del sistema penitenciario norteamericano son muy rigurosas, no permiten que se le lleve al prisionero nada. El bolso personal que fue conmigo tuve que dejarlo en una taquilla.
Luego de la revisión de rutina donde debemos quitarnos hasta los zapatos, los oficiales nos indicaron pasar a otra sala —hablo en plural porque me acompañaron a la visita Alicia Jrapko y Bill Hackwell, imprescindibles durante estos largos años de batalla por los Cinco.
En la citada sala hicimos una fila donde nos marcaron uno a uno. Nos colocaron una señal en uno de nuestros antebrazos, era un número que se detecta por debajo de la piel mediante una linterna a láser.
—¿Y el sitio donde transcurren las visitas cómo es?
Los reos no pueden recibir sus visitas en lugares de cierta privacidad, mucho menos al aire libre. Todo transcurrió en una sala común totalmente cerrada e iluminada artificialmente donde se pierde la noción del tiempo.
El recinto estaba dispuesto con pequeñas mesitas y sillas plásticas, también de color gris. Por supuesto, siempre bajo la vigilancia de varios oficiales que llaman la atención o pueden incluso interrumpir la visita si se toca al prisionero. Otras regulaciones impiden, por ejemplo, el contacto conyugal o el encuentro íntimo con sus esposas.
—¿De qué hablaron?
Es increíble el nivel de información que tiene sobre lo que acontece en Cuba y el mundo. No refirió ni una queja, aunque se sabe lo difícil que es su situación. Se limitó a decirme un "todo normal" y prefirió que conversáramos sobre las cartas que se les demoran y acerca de su Adriana.
También me preguntó por un niño de Las Tunas con quien ha establecido una comunicación especial. Me pidió que le agradeciera a María Orquídea, una mujer de Cienfuegos, la transcripción completa de cada programa Una luz en la oscuridad, de Radio Rebelde.
Está ansioso por leer el reciente libro de la editorial Capitán San Luis Desde la Soledad y la Esperanza y en fin, me pidió en reiteradas ocasiones que le transmitiera su gratitud a todos los que están ayudando a multiplicar la verdad y luchan porque la justicia sea más temprano que tarde el regreso de los Cinco a la patria.
—¿Qué trabajo realiza en la prisión?
Me contó que allí se terminan piezas para la industria de armamentos, pero que él solicitó que lo colocaran en cualquier otra labor menos contribuir con la guerra, por eso lo asignaron a la recogida de la basura en la cárcel.
—¿Qué te sorprendió en Gerardo?
Me sorprendió todo: desde la atención que presta a cada relato, cómo alternaba el español e inglés para dialogar con nosotros, la profundidad de su análisis sobre la realidad internacional, el esfuerzo que pone para que cada carta llegue con algo especial a su destinatario, la constante preocupación por saber de su pueblo y la enorme capacidad afectiva que emana de él en medio de la soledad en la que se encuentra.
Tiene además el don especial de transformar con una broma el nudo que se nos hizo en la garganta cuando nos dijo al irnos, con las manos puestas en su pecho: "Gracias por todo lo que hacen por los Cinco y nuestro pueblo"¼ "diles que estoy bien, a todos mándales un abrazo fuerte, bien fuerte".
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