Servicio Especial de la AIN
Al año del triunfo de la Revolución, el 28 de enero de 1960, el comandante Ernesto Che Guevara dialogó con niños y niñas, con cientos de jóvenes, en el aniversario del natalicio de José Martí.
Sus palabras, dirigidas a la multitud, cobran un acento particular, y vuelven a subrayar los principios de eticidad de su filosofía ante la historia y también ante la vida.
Aquella oleada infantil y juvenil lo había recibido entre vítores y aplausos, y el Che, desde su proverbial sentido de la justicia, ante los gritos de ¡Viva el Che Guevara!, respondió: "a ninguno de ustedes se les ocurrió hoy gritar ¡Viva Martí!... y esto no está bien".
Convertía su discurso, brevísima pieza oratoria, en una clase ajena a la retórica y a la demagogia, para ordenar no solo las aclamaciones y las circunstancias, sino para sembrar valores éticos en las más jóvenes generaciones.
Argentino de nacimiento, el Che tenía una visión humanista que superaba límites geopolíticos, y se reconocía deudor del Apóstol, como toda la Generación del Centenario:
"Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución, el hombre a cuya palabra había que recurrir siempre para dar la Interpretación justa de los fenómenos históricos que estábamos viviendo, y el hombre cuya palabra y cuyo ejemplo había que recordar cada vez que se quisiera decir o hacer algo trascendente en esta patria… porque José Martí es mucho más que cubano; es americano, pertenece a todos los veinte países de nuestro continente y su voz se escucha y se respeta no solo aquí en Cuba sino en toda la América."
Desde su proverbial modestia y con locuaz sinceridad añadió, al calificar el papel que a los revolucionarios cubanos correspondía en este nuevo período histórico: "Cúmplenos a nosotros haber tenido el honor de hacer vivas las palabras de José Martí en su patria, en el lugar donde nació".
Bien sabía el Che cuánto debíamos y debemos a nuestros próceres, a quienes se les rinde homenaje no de manera cosmética, sino desde la aprehensión sustancial de sus ideas, de ahí que destacara que el mejor tributo a Martí siempre sería: "Tratar de comprenderlo y de revivirlo por nuestra acción y conducta de hoy".
El tema del héroe, del heroísmo y la propia enseñanza de la historia surgieron en sus palabras: "Me gustaría que todos ustedes en el día de hoy… pensaran en Martí. Pensaran como en un ser vivo, no como un dios ni como una cosa muerta".
Y al volver sobre la historia, que él mismo protagonizaba, trazó la dimensión exacta del papel del hombre en los grandes procesos sociales: "A los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron. El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo".
Convencido del valor de las ideas, y también del ejemplo, ambos elementos conformaron su propio carácter y su poética revolucionaria, creándose así tempranamente una síntesis entre la obra y la vida del Maestro y la de ese argentino cubano que salió a cabalgar sobre el costillar de Rocinante:
"Esa es mi recomendación final, que se acerquen a Martí sin pena, sin pensar que se acercan a un dios, sino a un hombre más grande que los demás hombres, más sabio y sacrificado que los demás hombres, y pensar que lo reviven un poco cada vez que piensan en él, y lo reviven mucho cada vez que actúan como él quería que actuaran".
Por eso, y como cierre de aquellas palabras dijo: "Les pido que me despidan como empezaron, pero al revés: con ¡Viva Martí, que está vivo!"
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