Por Ángel Rodríguez ÁlvarezServicio Especial de la AIN
La asistencia del presidente Fidel Castro al XV período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, y el discurso pronunciado ante el plenario el 26 de septiembre de 1960, califican como una de las batallas memorables libradas por la Revolución cubana.
A 47 años de aquel episodio su mención entre los cubanos adultos en esa época, suscita los más variados recuerdos, comentados con orgullo y admiración, tanto en el modo en que el Líder revolucionario enfrentó las provocaciones de las autoridades norteamericanas, como por la claridad y rigor de las ideas expuestas durante cinco horas, sin emplear un solo apunte.
Todo comenzó con la llegada al aeropuerto de Idlewild, de Nueva York, donde lo esperaba una entusiasmada multitud que lo siguió en una caravana que cubrió más de una milla de automóviles, hasta la intersección de las calles 37 y Avenida Lexiton, donde se encuentra el hotel Shelburne.
El inusual recibimiento continuó cuando aquella manifestación se mantuvo frente al lugar de alojamiento y allí estuvo hasta ser disuelta por la policía metropolitana, esta vez montada sobre caballos.
Tal demostración era mucho más de cuanto podían soportar en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, de donde partió la orden a la gerencia del hotel de desalojar a la delegación y no devolverle el dinero adelantado por el hospedaje: "hasta tanto no se reciba notificación del Departamento de Estado."
La dignidad y naturaleza rebelde del visitante se hicieron patentes en la inmediata decisión adoptada frente al indecente ultraje. Después de advertir que instalaría un campamento en condiciones de campaña en el Parque Central, Fidel se dirigió al edificio de la ONU y manifestó a los guardianes: "Vengo a acampar aquí, en esta zona internacional." Los titulares de la prensa sintetizan el momento: "Fidel mochila al hombro en los jardines de la ONU."
Cuando Dag Hammarskjold, el asombrado Secretario General de Naciones Unidas, se disponía a buscar una solución, apareció el valiente ofrecimiento de alojamiento por parte del dueño del modesto hotel Theresa, ubicado en el humilde barrio negro de Harlem. Se aceptó de inmediato, mientras eran rechazadas ofertas similares provenientes de otras instalaciones hoteleras más lujosas.
El imperio no pudo impedir que el máximo dirigente cubano centrara la atención de la prensa norteamericana e internacional, como tampoco pudo impedir que pronunciara un discurso frecuentemente interrumpido por fuertes aplausos.
El joven barbudo, en su habitual uniforme de campaña, alzó su voz, como destacaron no pocos medios de prensa, no solo para defender a Cuba, lo hizo también por los pueblos oprimidos y explotados, y habló allí por los que no tienen voz.
De manera brillante resumió el proceso de profundas transformaciones iniciado en la Isla, cuando expresó: "La Revolución cubana está cambiando lo que ayer fue un país sin esperanzas, un país de miseria, un país de analfabetos..."
Solo dos párrafos, entre otros muchos posibles, corroboran la actualidad de los planteamientos formulados en relación con la solución de los principales problemas políticos de entonces, y que todavía enfrenta el mundo.
"Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra.
"Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso."
Desde entonces el imperio fue sentado en el banquillo de los acusados, sitio donde permanece 47 años después
La asistencia del presidente Fidel Castro al XV período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, y el discurso pronunciado ante el plenario el 26 de septiembre de 1960, califican como una de las batallas memorables libradas por la Revolución cubana.
A 47 años de aquel episodio su mención entre los cubanos adultos en esa época, suscita los más variados recuerdos, comentados con orgullo y admiración, tanto en el modo en que el Líder revolucionario enfrentó las provocaciones de las autoridades norteamericanas, como por la claridad y rigor de las ideas expuestas durante cinco horas, sin emplear un solo apunte.
Todo comenzó con la llegada al aeropuerto de Idlewild, de Nueva York, donde lo esperaba una entusiasmada multitud que lo siguió en una caravana que cubrió más de una milla de automóviles, hasta la intersección de las calles 37 y Avenida Lexiton, donde se encuentra el hotel Shelburne.
El inusual recibimiento continuó cuando aquella manifestación se mantuvo frente al lugar de alojamiento y allí estuvo hasta ser disuelta por la policía metropolitana, esta vez montada sobre caballos.
Tal demostración era mucho más de cuanto podían soportar en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, de donde partió la orden a la gerencia del hotel de desalojar a la delegación y no devolverle el dinero adelantado por el hospedaje: "hasta tanto no se reciba notificación del Departamento de Estado."
La dignidad y naturaleza rebelde del visitante se hicieron patentes en la inmediata decisión adoptada frente al indecente ultraje. Después de advertir que instalaría un campamento en condiciones de campaña en el Parque Central, Fidel se dirigió al edificio de la ONU y manifestó a los guardianes: "Vengo a acampar aquí, en esta zona internacional." Los titulares de la prensa sintetizan el momento: "Fidel mochila al hombro en los jardines de la ONU."
Cuando Dag Hammarskjold, el asombrado Secretario General de Naciones Unidas, se disponía a buscar una solución, apareció el valiente ofrecimiento de alojamiento por parte del dueño del modesto hotel Theresa, ubicado en el humilde barrio negro de Harlem. Se aceptó de inmediato, mientras eran rechazadas ofertas similares provenientes de otras instalaciones hoteleras más lujosas.
El imperio no pudo impedir que el máximo dirigente cubano centrara la atención de la prensa norteamericana e internacional, como tampoco pudo impedir que pronunciara un discurso frecuentemente interrumpido por fuertes aplausos.
El joven barbudo, en su habitual uniforme de campaña, alzó su voz, como destacaron no pocos medios de prensa, no solo para defender a Cuba, lo hizo también por los pueblos oprimidos y explotados, y habló allí por los que no tienen voz.
De manera brillante resumió el proceso de profundas transformaciones iniciado en la Isla, cuando expresó: "La Revolución cubana está cambiando lo que ayer fue un país sin esperanzas, un país de miseria, un país de analfabetos..."
Solo dos párrafos, entre otros muchos posibles, corroboran la actualidad de los planteamientos formulados en relación con la solución de los principales problemas políticos de entonces, y que todavía enfrenta el mundo.
"Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra.
"Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso."
Desde entonces el imperio fue sentado en el banquillo de los acusados, sitio donde permanece 47 años después
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