Orlando Oramas León
Resulta un fenómeno incomprensible para los que siempre lo quisieron muerto, incluido algún que otro plumífero a sueldo, renegados, mercenarios. Los mismos que por estos días, con mentiras rancias, intentan atajar la avalancha de homenajes en su memoria.
El Che vive, más que nunca, y lo que menos pueden perdonarle es que se multiplica en las diversas batallas por la justicia, el cambio social, no solo en América Latina, en todo el mundo.
Cuarenta años después del vil crimen, lo encontramos en una marcha contra la guerra en Washington, en las protestas antiglobalización en la vieja Europa, en las luchas que hoy estremecen y hacen el cambio de época en Sudamérica, vivo en el ideario de los pueblos que le hacen suyo. Factor de unidad en la diversidad de movimientos políticos y sociales, de movilización.
Está más vigente que nunca, decía Evo, el primer presidente indígena de Bolivia, allá en Vallegrande, donde sin cortapisas se declaró "guevarista y socialista ciento por ciento". Lo subrayaba Chávez: "el mejor homenaje es ser como el Che". Y el presidente ecuatoriano sostenía la idea en Guayaquil: su ejemplo se extiende por Sudamérica y está en los cambios que tienen lugar en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Nicaragua.
Y es que el Che es la esencia misma de los pueblos, de sus anhelos, sus esperanzas. No es un mito, y por eso fracasan quienes apuestan por la "desmitificación" del hombre, del guerrillero, del Ministro, del internacionalista, del pensador, del orientador, el de la vanguardia, ahora a la cabeza de los miles que en marcha de gigantes fueron hasta La Higuera.
La razón entonces no hay que buscarla en esfuerzos mediáticos interesados en perpetuarle y mucho menos en convertirlo en icono, porque sus ideas, su ejemplo, rompen en diversas latitudes los mitos de la desesperanza, de la desigualdad, del determinismo excluyente y alimentan la ruta de los revolucionarios, de quienes interpretan y hacen el despertar de los pueblos.
Resulta por eso indescifrable para aquellos que destilan rabia, los sin respuestas ni argumentos, cuando lo enfrentan hoy en la misma trinchera, la de las nuevas batallas, en aquellas tierras donde sigue ofreciendo el concurso de sus modestos esfuerzos.
Hasta allí le siguieron miles de combatientes internacionalistas cubanos para ayudar a liberar a África del colonialismo y a desmantelar el apartheid. Otros miles de Che se fueron a los rincones más recónditos del planeta, no para lanzar guerras preventivas, sino para curar enfermedades, salvar vidas, devolver la visión y formar los profesionales que el capitalismo niega a esos pueblos o les pretende robar.
Son de vista corta quienes a sabiendas confunden idealismo con ideario, y se resisten a aceptar que sus luchas se concretan y renuevan hoy en las transformaciones por las cuales las estructuras del pasado, las de la opresión, se van desmantelando en Latinoamérica.
Así acompaña a las misiones sociales en Venezuela, a los alfabetizadores y alfabetizados en Bolivia, a los esfuerzos por la Constituyente en Ecuador, y vive entre los cubanos, en primera fila, afrontando los embates del bloqueo, del Plan Bush, y en esta hora de combate por hacer indestructible a la Revolución.
Nunca pudieron imaginar sus victimarios que 40 años después en la misma geografía donde pretendieron matar su estirpe, se construya el socialismo del siglo XXI, y se renueve la meta de conformar el hombre nuevo, la nueva conciencia que se nutre de las luchas populares, de sus héroes y mártires, y de su legado en particular.
El Che vive, y no puede morir, como no pueden morir la justicia, el humanismo, la solidaridad. Allí donde falten habrá uno o más Che para conquistarlos, allí donde la Humanidad ha dicho basta y ha echado a andar.
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