La coincidencia de ideas fue uno de los factores que más ayudó a mi afinidad con el Che
(Tomado del Capítulo 7 del libro Cien horas con Fidel)
MÉXICO - EL ENCUENTRO CON EL CHE - COMPLICIDAD INTELECTUAL - PERSONALIDAD y VOLUNTAD - PREPARANDO LA GUERRILLA - ENTRENAMIENTOS - EL GRANMA
Después de pasar dos años en la cárcel, en la Isla de Pinos, usted se marcha al exilio a México, y cuando llega allí se encuentra por primera vez con Ernesto Che Guevara. Me gustaría que me dijese en qué circunstancias lo conoció.
A mí me place hablar del Che, realmente. Es conocido el recorrido del Che cuando estaba en Argentina estudiando; sus viajes en motocicleta por el interior de su país, luego por varios países latinoamericanos, Chi-le, Perú, Bolivia y otros lugares. No olvidar que, en Bolivia, se produjo en el año 1952, después del golpe de Estado militar de 1951, un fuerte movimiento de obreros y campesinos, que dieron allí la batalla y tuvo mucha influencia.
Es conocido el recorrido del Che a punto de graduarse como médico, con su amigo Alberto Granado, durante el que visitaron distintos hospitales y terminaron en un leprosorio allá por el Amazonas trabajando como médicos. Él visitó muchos lugares de América Latina; estuvo en las minas de cobre de Chuquicamata, en Chile, donde el trabajo es muy duro; atravesó el desierto de Atacama; visitó las ruinas de Machu Picchu en Perú; navegó por el lago Titicaca, siempre conociendo e interesándose mucho por los indígenas. Estuvo también en Colombia, en Venezuela. Tenía mucho interés por todos aquellos temas. Desde su época de estudiante se había interesado por el marxismo y el leninismo. De ahí, es sabido que él se traslada a Guatemala, cuando lo de Árbenz.
El presidente Jacobo Árbenz estaba haciendo, en ese momento, reformas muy progresistas en Guatemala.
Sí. Allí tenía lugar un proceso importante de reforma agraria, en que resultaron distribuidas entre los campesinos grandes plantaciones de plátano explotadas por una importante transnacional norteamericana. Dan un golpe los militares con el apoyo de Estados Unidos, y aquella reforma agraria fue frustrada de inmediato. En aquella época hablar de reforma agraria era cosa de comunistas, era ser identificado, de manera automática, como un comunista.
En Guatemala habían hecho una y, como en todas partes, los poderosos comenzaron enseguida a oponerse. También los vecinos del Norte y sus instituciones especializadas organizaron de inmediato acciones contrarrevolucionarias para derrocar al presidente electo, Jacobo Árbenz, con una expedición desde la frontera y la complicidad de jefes militares del viejo ejército.
Cuando nuestro movimiento ataca el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, un número de compañeros consigue escapar del país. Antonio "Ñico" López y otros van a Guatemala. Che ya estaba allí, y sufre la amarga experiencia del derrocamiento de Jacobo Árbenz, conoce a nuestros compañeros y con ellos se va para México.
¿Su hermano Raúl lo conoció antes que usted?
Sí, porque Raúl es uno de los primeros que sale de Cuba hacia México. Estaban ya acusándolo hasta de poner bombas, y yo mismo le indico: "Tienes que salir". La idea de organizar en México el regreso armado la habíamos concebido en la prisión. Era una tradición en Cuba. Raúl va para México y allí conoce al Che por intermedio de nuestros compañeros que ya estaban allí. Bueno, aún no era el Che, era Ernesto Guevara, pero como los argentinos les dicen a los demás "iChe!", los cubanos comenzaron a llamarlo "Che", y así se le fue conociendo.
Yo pude retardarme un poco en salir porque no estaba en inminente peligro; pero no podía seguir agitando en Cuba y llegó el momento en que también tuve que partir para México. Entre otras cosas, había que preparar rápidamente el regreso. En las semanas posteriores a nuestra salida de prisión, habíamos desarrollado una intensa campaña de divulgación de ideas y formación de conciencia, habíamos estructurado nuestra propia organización revolucionaria —el Movimiento 26 de Julio— y habíamos demostrado la imposibilidad de proseguir la lucha por vías pacíficas y legales.
¿El Che simpatizaba ya con las ideas de ustedes?
El Che (primer plano en el suelo) en México, junto a un grupo de expedicionarios del Granma.
Él era ya marxista. Aunque no militaba en ningún partido, era en esa época un marxista de convicción. Allí, en México, estaba en contacto con Ñico López, uno de los dirigentes del Movimiento, buen compañero, modesto, del Partido Ortodoxo, muy radical y valiente, a quien yo le había hablado mucho de marxismo, era ya un convencido. Participó en el ataque al cuartel de Bayamo. La coincidencia de ideas fue uno de los factores que más ayudó a mi afinidad con el Che.
¿Usted se da cuenta, cuando lo encuentra por primera vez, que el Che es diferente?
Él cuenta con la simpatía de la gente. Era de esas personas a quien todos le toman afecto inmediatamente, por su naturalidad, su sencillez, su compañerismo y sus virtudes. Era médico, estaba trabajando en un centro del Instituto del Seguro Social haciendo unas investigaciones, no sé si sobre cosas cardíacas, o sobre alergia, porque él era alérgico.
Padecía asma.
Al grupito nuestro que estaba en México le caía bien. Ya Raúl había trabado amistad con él. Lo conozco cuando llego a México. Él tenía 27 años.
Él mismo cuenta que nuestro encuentro tuvo lugar una noche, en julio de 1955, en la calle Emparan de la capital de México, en la casa de una cubana, María Antonia González. Nada tiene de extraño su simpatía, si él ha viajado por América del Sur, ha visto lo de Guatemala, ha sido testigo de la intervención norteamericana, sabe de nuestra lucha en Cuba, sabe cómo pensamos. Llegamos, conversé con él, y allí mismo se unió a nosotros.
Él sabía que en nuestro movimiento también había pequeña burguesía; que íbamos a una revolución de liberación nacional, una revolución antimperialista, no se vislumbraba todavía una revolución socialista; pero esto no fue obstáculo, se suma rápido, se enrola de inmediato.
Él se alista en la aventura.
Una sola cosa me dice: "Yo lo único que quiero es que cuando triunfe la Revolución en Cuba, por razones de Estado ustedes no me prohíban ir a la Argentina para luchar por la revolución".
¿En su país?
Sí, en su país. Es lo que me dice. Ya nosotros practicábamos una incipiente pero fuerte política internacionalista. ¿Qué era nuestra conducta en Bogotá, la lucha contra Trujillo, la defensa de la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, los derechos de Argentina sobre las Malvinas y la independencia de las colonias europeas en el Caribe? No éramos unos simples aprendices. El Che confió plenamente en nosotros. Le respondí: "De acuerdo", y no hizo falta hablar más de eso.
¿Él empezó a entrenarse militarmente con ustedes?
Asistía a un curso de táctica que nos daba un general español, Alberto Bayo, nacido en Camagüey, Cuba, en el año 1892, antes de la independencia. En los años 20 había luchado en Marruecos en el Ejército del Aire y después, como oficial republicano, combatió en la Guerra Civil española y se exilió en México. Che asistía a todas aquellas clases tácticas. Bayo decía que era su "mejor alumno". Los dos eran ajedrecistas, y allí en el campamento donde estaban antes del arresto, jugaban ajedrez todas las noches.
Bayo no rebasaba las enseñanzas de cómo debe actuar una guerrilla para romper un cerco, a partir de la experiencia de las veces que los guerrilleros marroquíes de Abdelkrim, en la guerra del Rif, rompieron los cercos españoles. Ahora, no elaboraba una estrategia, no le pasaba por la mente la idea de que una guerrilla se convirtiera en ejército, y que ese ejército pudiera derrotar al otro, que era nuestra idea esencial.
¿Eso era lo que ustedes querían hacer?
Cuando hablo de ejército, hablo de desarrollar una fuerza que derrotara a otro ejército. Era nuestra idea esencial cuando partimos hacia Méxi-co. Las proezas de nuestra pequeña fuerza en los meses iniciales de la lucha en la Sierra Maestra fortalecieron esa idea.
¿Su idea era transformar una guerrilla en ejército y hacer una forma de guerra de nuevo tipo?
Hay dos tipos de guerra: una guerra irregular y una guerra regular convencional. Nosotros elaboramos una fórmula para enfrentarnos al ejército de Batista, que poseía aviones, tanques, cañones, comunicaciones. Nosotros no teníamos ni dinero ni armas. Tuvimos que buscar y encontrar la forma de derrocar la tiranía y hacer la Revolución en Cuba. El éxito coronó nuestra idea. No voy a decir que todo fueron méritos; el azar desempeñó importantes papeles. Uno puede cometer errores o puede hacer las cosas lo más perfectamente posible y siempre hay cosas que no pueden preverse; perecer o sobrevivir por una simple cuestión de detalles, por recibir o no una información oportuna. Recuerde el dolor con que hablé de factores casuales que determinaron la frustración de nuestros planes de tomar el cuartel Moncada después de tanto esfuerzo organizativo. Ya hablaremos también de la sorpresa tonta de que fuimos víctimas después del desembarco del "Granma". ¿Cuántas vidas valiosas no habrían podido preservarse en uno u otro caso?
En México, con Bayo se entrenaron numerosos compañeros. Yo tenía que atender las tareas de organización y adquisición de armas, y entrenaba el personal en los campos de tiro. Tenía que moverme mucho. Era muy difícil para mí participar en los cursos de Bayo.
¿El Che seguía los cursos asiduamente?
Sí, los cursos teóricos, también las prácticas de tiro y era muy buen tirador. Allí, en México, nosotros practicábamos tiro en un campo próximo a la ciudad de México. Era propiedad de un antiguo compañero de Pancho Villa, y se lo habíamos alquilado. Disponíamos al desembarcar de 55 fusiles con mirilla telescópica. Practicábamos con esos fusiles el tiro a pulso sobre ovejos en movimiento que soltaban de un punto a otro a 200 metros del tirador. Podíamos romper un plato a 600 metros. Nuestra gente tiraba muy bien. Poníamos a un hombre a 200 metros, y a su lado una botella; apuntábamos con la mira telescópica; la mirilla te proporciona una gran precisión. Hacíamos cientos de disparos. Uno de los voluntarios era El Coreano. Poníamos la botella a un pie de distancia; tuve que hacer ese disparo muchas veces, y nunca un disparo cayó entre la botella y la persona, el fusil bien apoyado, desde luego; no se puede hacer eso a pulso, porque con la más leve variación hieres al compañero. Tales prácticas proporcionaban una confianza total en lo que puede hacerse con una de esas armas.
¿El Che no tenía ninguna experiencia militar cuando llega allí?
No, ninguna. No tenía.
¿Allí aprende?
Estudia y practica, pero él está con nosotros como médico de la tropa, y resultó ser un médico destacado, atendía a los compañeros. Puedo referirme a una cualidad que lo retrata, una de las que yo más apreciaba, entre las muchas que observé en él. El Che padecía de asma. En las inmediaciones de la capital mexicana se yergue un volcán, el Po-pocatépetl, y él todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl. Preparaba su equipo —es alta la montaña, más de 5 mil metros, con nieves perpetuas—, iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo alcanzar la cumbre del "Popo" —como él le llamaba— y no llegaba. Nunca alcanzó la cima del Popocatépetl. Pero volvía a subir, para intentarlo de nuevo, y se habría pasado toda la vida en el afán de escalar el Popocatépetl. Realizaba un esfuerzo heroico, aunque nunca alcanzara aquella cumbre. Usted aprecia ahí el carácter. Aporta una idea de su fortaleza espiritual y su constancia.
Una voluntad...
Cuando éramos todavía un grupo muy reducido, cada vez que se necesitaba un voluntario para una tarea determinada, el primero que siempre se ofrecía era el Che.
Otra característica de él, sin duda, era esa previsión profética que demuestra cuando me pide que por razones de Estado no se le prohíba marchar después a su tierra natal para luchar por la revolución.
¿De que quería ir a Argentina?
Sí. Y después, en nuestra guerra, yo tuve que hacer un esfuerzo para preservarlo, porque si le hubiese dejado hacer todo lo que quería hacer, no habría sobrevivido. Desde los primeros momentos se fue destacando. Cada vez que hacía falta un voluntario para una misión difícil, lograr una sorpresa, recuperar unas armas que debían rescatarse a fin de que no las ocupara el enemigo, el primer voluntario era el Che.
¿Era voluntario para ir a las misiones más peligrosas?
Era el primer voluntario para cualquier misión difícil; se caracterizaba por un extraordinario arrojo, un absoluto desprecio del peligro, pero, además, a veces proponía hacer cosas muy difíciles y riesgosas. Yo le decía: "No".
¿Porque corría demasiados riesgos?
Mire, usted manda a un hombre a una primera emboscada, a una segunda, a una tercera, y a la cuarta, a la quinta o a la sexta, seguro, es como cara o cruz: en un combate muy de cerca, a nivel de escuadra o pelotón, muere como mueren los que practican la aventura de la ruleta rusa.
¿No había problema de que él no fuese cubano?
Sí, en México lo habíamos puesto al frente de un campamento y hubo algunos que empezaron a quejarse de que era argentino, y se buscaron la gran bronca conmigo. No voy a mencionar nombres ahora, porque después cumplieron. Sí, allá en un campamento de México. Aquí en la guerra era el médico, pero por su valentía, sus condiciones, lo hicimos jefe de una columna en la que se destacó por sus muchas cualidades. Nadie lo cuestionó.
¿Humanas, políticas, militares?
Humanas y políticas. Como hombre, como ser humano extraordinario. Era, además, una persona de elevada cultura y de gran inteligencia. Y también con cualidades militares. El Che fue un médico que se convirtió en soldado sin dejar de ser médico un solo minuto. Hubo muchos combates en los que estuvimos juntos. En ocasiones yo reunía las tropas de las dos columnas y hacíamos una operación de mayor o menor complejidad, con emboscadas y previsibles movimientos de fuerzas enemigas.
Los revolucionarios aprendimos luchando el arte de la guerra, descubrimos que el enemigo era fuerte en sus posiciones y débil en sus movimientos. Una columna de 300 hombres tiene la fuerza de una o dos escuadras que van delante; los demás no disparan en los combates, o realizan solo disparos al aire para hacer ruido, no ven ni pueden ver a los que están disparando contra su vanguardia. Fue un principio elemental que usamos: atacar al enemigo cuando era más débil y vulnerable. Si atacábamos sus posiciones, teníamos siempre bajas, gastábamos balas, y no siempre tomábamos el objetivo; el enemigo, en cambio, estaba atrincherado, combatía con más información y seguridad. Fuimos desarrollando las tácticas. No le voy a hablar de eso, pero fuimos aprendiendo a combatir contra un adversario fuerte, y la Columna 1 fue escuela básica.
Ustedes en un momento en México, cuando están entrenándose, caen presos. ¿Recuerda usted aquello?
Sí. Eso tiene su historia. Caímos presos. Yo soy arrestado casi por casualidad. Un papelito por aquí u otro por allá que la policía mexicana fue descubriendo hasta en los bolsillos de los arrestados, con alguna dirección o algún teléfono. Ninguno dio ni la más mínima información.
Tuvimos suerte: habíamos tropezado con la Federal de Seguridad y no con la Policía Secreta. La dirigía un oficial del ejército. Ellos creían inicialmente que éramos contrabandistas o algo así, porque nos hicimos sospechosos por determinadas medidas de protección contra planes de secuestro por parte de agentes batistianos. Les parecieron extraños nuestros movimientos. De milagro no nos matan en el incidente posterior que se produjo.
Batista tenía influencia y el apoyo por soborno de la Policía Secreta, y también planes de secuestrarnos en México. Nosotros estábamos obligados a tomar medidas, y un día, ya casi de noche, cuando nos trasladábamos de una casa para otra, en situación de riesgo, varios agentes de la Federal, que estaban en otra cosa, viendo nuestro movimiento, decidieron arrestarnos. Actuaron con bastante habilidad. Yo me estaba desplazando a pie —porque también observamos movimientos extraños de carros—, y ubico a Ramirito a 30 ó 40 metros detrás de mí, caminando por la acera izquierda. Avanzo por esa misma acera hacia una esquina próxima. Era un área de pocas viviendas. En esa esquina había una casa en construcción. De pronto, viniendo desde atrás por la misma calle, un carro frena ruidosamente muy próximo a la esquina, y de él se baja un grupo de hombres. Me parapeto en una columna de la construcción e intento sacar una pistola automática española con peine de 25 balas. En ese instante exacto, alguien me coloca con fuerza el cañón de una pistola en la nuca. Era un hombre de la Federal. Habían capturado a Ramiro. Para nosotros comenzaba una larga odisea en México.
¿Qué había ocurrido? Cuando creo que tengo a Ramirito y a Universo [Sánchez] a mi retaguardia, los han capturado, y en el instante en que voy a defenderme de los que bajan del auto, me inmovilizan por detrás; si llego a disparar, podrá imaginarse cuántos segundos duro. En ese mismo momento en que estoy sacando el arma me arrestan. Creen que han arrestado a contrabandistas o algo parecido. Casi no existía en esa época el problema de las drogas, la atención de las autoridades se centraba más bien en el contrabando. Nos llevan para la oficina central.
A nosotros lo que nos alivia en lo inmediato es que comienzan a conversar con nosotros. Era gente dura y con una actitud bastante enérgica. Fueron realmente capaces en la acción de captura y en la investigación, porque ocupaban un papelito cualquiera y seguían el hilo minuciosamente. ¡Cuánto sufrí yo allí arrestado, al recordar que Cándido González —uno de los compañeros que siempre me acompañaba— había puesto en mi bolsillo el número de teléfono de la casa en que teníamos un importante lote de las mejores armas, que solo el otro compañero y yo conocíamos! Ni siquiera me acordaba de aquel papelito. Y menos mal que a los agentes, que siguieron todas las pistas, no se les ocurrió investigar aquel teléfono más minuciosamente todavía. Hubiera sido el golpe más fuerte. Pero nos ocuparon de todas maneras una cantidad de armas siguiendo otras pistas. Uno podía apreciar, sin embargo, que a medida que nos conocían nos respetaban más.
¿El Che no está con usted en ese momento, cuando le arrestan?
Durante los días de la prisión en México, junio-julio de 1956.
No. Al Che lo arrestan cuando está en aquel campamento donde eran entrenados, el rancho Santa Rosa, en Chalco, situado en los límites de la ciudad. Ellos estaban buscando el lugar, tenían indicios y se empeñaron en dar con él. Un día me dice el jefe: "Ya sabemos dónde está el lugar de entrenamiento". Era como un juego o un desafío. Estuvieron bastante tiempo buscando y no sé cómo agarraron alguna pista real, la empataron con la versión de alguien que por Chalco había hablado de movimientos extraños de cubanos y me dicen el lugar exacto donde estaba el rancho. Yo sabía que allí había alrededor de 20 compañeros, y que tenían armas. Ante el carácter preciso de aquella información, le digo al jefe de la Federal: "Quiero pedirle una cosa: permítame ir con ustedes adonde están ellos, para evitar allí un enfrentamiento". Estuvo de acuerdo. Fui, llegué, les pedí a los de la Federal que me dejaran solo; escalé un portón y me asomé. Los compañeros, al verme, manifestaron enorme alegría, creían que yo había sido puesto en libertad. Les digo: "No, no, ¡quietos, no se muevan!" Y expliqué lo que ocurría.
Allí es donde arrestan al Che. Hay algunos que estaban por el campo fuera de la casa o en otras tareas, y se salvan del arresto. Bayo era uno de ellos. No cae preso, no estaba allí. Como dato curioso le cuento que semanas antes había hecho un ayuno de 20 días, solo para probar el ejercicio de la voluntad. Era espartano. Había encabezado durante la Guerra Civil española una expedición a las Baleares. No pudo liberarlas de los franquistas.
Él siempre, después de cada aventura bélica y su imparable fracaso, escribía un libro, y ya estaba elaborando uno mientras estábamos presos: Mi frustrada expedición a Cuba. Era genio y figura hasta la sepultura aquel español que había nacido en Cuba y se había criado en las Canarias.
¿A él no lo detienen?
No. Bayo no cae preso, no está ahí en ese momento; pero sí ocupan varias decenas de armas, que eran las que teníamos en ese lugar, con las que los compañeros hacían allí entrenamiento, y no eran por cierto las más sofisticadas y precisas. Aquellos fusiles no tenían mirillas telescópicas. En el rancho había una producción de leche y queso de chiva, administrada por unos vecinos amistosos; era lo que camuflaba el centro de entrenamiento.
Pero la policía, investigando arduamente, como expliqué, había encontrado algunos indicios, y finalmente el lugar. Ahí es donde el Che cae preso.
¿Ustedes están en la cárcel juntos?
Sí, estamos juntos casi dos meses en prisión. ¿Cuándo él nos crea un problema? Cuando al Che lo van a interrogar, y le preguntan: "¿Usted es comunista?" "Sí, soy comunista", contesta y los periódicos, allá en México, hablando de que se trataba de comunistas que estaban conspirando para "liquidar la democracia" en el continente, y no se sabe cuántas cosas más. Al Che lo llevan ante un fiscal, lo están interrogando, y él hasta se puso a discutir sobre el culto a la personalidad y la crítica a Stalin. Imagínese al Che enfrascado en una discusión conceptual con la Policía, el Fiscal y las autoridades migratorias sobre los errores de Stalin. Esto ocurría en julio de 1956, y en febrero de ese mismo año se había producido la crítica de Jruschov a Stalin. Se acogía, desde luego, a las versiones oficiales del Congreso del Partido soviético. Che les dice: "Sí, cometieron errores en esto y lo otro", defendiendo su teoría y sus ideas comunistas. ¡Figúrese!, él, que era argentino, en ese momento tenía más riesgos. Creo sinceramente que en situaciones como aquella en que todo el proyecto podía peligrar, lo más conveniente era desinformar al enemigo. Pero al Che, fuertemente influido por la épica de la literatura comunista, no se le podía reprochar por aquel enredo táctico, que no impidió su viaje con nosotros a Cuba.
Prácticamente los últimos dos que salimos fuimos él y yo. Incluso, creo que a mí me sacan unos días antes que a él. En el asunto de los cubanos presos intervino Lázaro Cárdenas, y la preocupación que mostró contribuyó mucho a nuestra liberación. Su nombre era venerado por el pueblo, y su autoridad moral era capaz de abrir las puertas de aquella prisión.
Se dice que el Che tenía más bien simpatías trotskistas. ¿Usted lo percibió en aquel momento?
No, no. Déjeme decirle, realmente, cómo era el Che. El Che ya tenía, como le digo, una cultura política. Había leído naturalmente un número de libros sobre las teorías de Marx, de Engels y de Lenin. Él era marxista. Nunca lo oí hablar de Trotski. Él defendía a Marx, defendía a Lenin, y criticaba a Stalin. Bueno, criticaba en aquel entonces el culto a la personalidad, los errores de Stalin; pero nunca le oí hablar realmente de Trotski. Él era leninista, y, en cierta forma hasta reconocía algunos méritos de Stalin. Es decir, la industrialización y algunas otras cosas.
En mi fuero interno, yo era más crítico de Stalin por algunos de sus errores. Sobre él cae la responsabilidad, a mi juicio, de que ese país hubiese sido invadido en 1941 por la poderosa maquinaria bélica de Hitler, sin que las fuerzas soviéticas hayan recibido la orden de alarma de combate. Stalin cometió, además, graves errores. Es conocido su abuso del poder y otras arbitrariedades. Pero también tuvo méritos. La industrialización de la URSS y el traslado y desarrollo de la industria militar en Siberia fueron factores decisivos en aquella lucha del mundo contra el nazismo.
Yo, cuando lo analizo, valoro sus méritos y también sus grandes errores, y uno de ellos cuando purgó al Ejército Rojo en virtud de una intriga de los nazis, con lo que debilitó militarmente a la URSS, en vísperas del zarpazo fascista.
Él mismo se desarmó.
Se desarmó, se debilitó, y firmó aquel nefasto pacto germano-soviético Ribbentrop-Molotov y las demás cosas. Ya le he hablado de eso, no voy a añadir más.
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